La crisis de la deuda externa contraída por los países en desarrollo durante la década de los años setenta y ochenta ha sido uno de los problemas más graves a los que ha tenido que enfrentarse la comunidad económica internacional en la reciente historia de la economía mundial. La gravedad de dicha crisis en el momento de su aparición (1982) estaba motivada principalmente por la amenaza que ésta significaba a la solvencia del sistema financiero internacional, involucrado profundamente en el circuito de créditos a los países en desarrollo. El peligro en aquellos momentos se centraba en el temor al inicio de una serie de crisis en cadena de las entidades financieras prestamistas, cuyas consecuencias hubieran podido ser fatales al destruirse uno de los pilares básicos del funcionamiento de la economía, esto es, la confianza y la solvencia del sistema financiero.
Se puso en marcha una estrategia para abordar la crisis de la deuda basada en operaciones de renegociación de los términos de las deudas vencidas y no pagadas, apoyadas tanto por programas de ajuste y estabilización en los países deudores como por nuevo apoyo financiero de las entidades prestamistas afectadas. Esta estrategia dio como resultado la desaparición de la amenaza a la quiebra del sistema financiero internacional, pero la gravedad de la propia crisis, las desviaciones sobre los planteamientos efectuados y la errática evolución de la economía mundial, han obligado a introducir variaciones en la estrategia adoptada y, todavía hoy, los problemas de la deuda externa de los países en desarrollo siguen vigentes, ya que la deuda externa sigue creciendo y un gran número de países persiste en sus dificultades para atender el pago de la misma.
Esta sería una descripción breve de la importancia que ha tenido y todavía tiene la crisis de la deuda ex tena de los países en desarrollo, y que ha sido elegido objeto de estudio de la presente tesis doctoral. El estudio del proceso de endeudamiento de los países en desarrollo y la crisis de pagos que se produce de forma generalizada a partir del año 1982 tiene como objetivo analizar y valorar las causas que han llevado a estos países a:
La acumulación de volúmenes considerables de deuda externa.
La incapacidad de gran número de ellos de atender los compromisos externos contraídos.
El costo de deuda.
Según los datos recopilados en el documento, 81 países en desarrollo (excluida China) perdieron 241.000 millones en reservas internacionales en 2022, una disminución promedio del 7 %, y más de 20 países experimentaron una caída de más del 10 %, en muchos casos agotando su reciente incorporación de Derechos Especiales de Giro.
Mientras tanto, los costos de endeudamiento, medidos a través de los rendimientos de los bonos soberanos, aumentaron del 5,3 % al 8,5 % para 68 mercados emergentes. En general, se espera que aumente la presión sobre los países en desarrollo por parte de los acreedores externos para que reduzcan los déficits fiscales.
“El sobreendeudamiento dará como resultado una crisis de desarrollo y mayores desigualdades con 39 países pagando a sus acreedores públicos externos más dinero de lo que recibieron en nuevos préstamos, resultando en un impacto adverso en las inversiones públicas y la protección social”, concluyen los expertos de la UNCTAD.
Además, durante la última década, los costos del servicio de la deuda han aumentado constantemente en relación con el gasto público en servicios esenciales y el número de países que gastan más en el servicio de la deuda pública externa que en atención médica aumentó de 34 a 62 durante este período.
El riesgo principal es que la evolución del mercado financiero afecte a la economía real a través de una disminución en los precios de los activos, de condiciones financieras más restrictivas con un nuevo precio de riesgo y un deterioro de la confianza. En tales circunstancias, la preocupación sería la posibilidad de que se produzca una contracción del consumo en Estados Unidos (y en otros países). Sin embargo, en la medida en que se normalicen las condiciones financieras, creemos que estos riesgos probablemente serán mitigados, dado que la mayoría de las empresas continúan arrojando utilidades, y que las finanzas de los hogares siguen siendo sustentadas por un sólido crecimiento del empleo. Por lo tanto, la economía de Estados Unidos debería seguir creciendo a un ritmo moderado este año.
También notamos que la expansión de la economía mundial ya no tiene como único motor el consumo de Estados Unidos. Pese a cierta desaceleración en el segundo trimestre, se prevé que el crecimiento en la zona del euro y en Japón seguirá a un ritmo sólido de alrededor del 2½%, mientras que los principales mercados emergentes, como China e India, crecerán a tasas aproximadas o superiores a los dos dígitos y, por lo tanto, aumentan su contribución al crecimiento mundial. En realidad, China será el motor de crecimiento de la economía mundial este año. Varios de los mayores mercados emergentes tienen fundamentos económicos firmes, incluyendo superávits en cuenta corriente y niveles más bajos de deuda. Sistemas de cambio más flexibles y la capacidad de emitir deuda en moneda local han reducido dos fuentes de vulnerabilidad, comparado con periodos previos de tensión en los mercados. Sin dudas, esto está siendo comprobado estos días.
Los acontecimientos de las últimas semanas no son un argumento en contra del desarrollo y la integración del mercado financiero. La inquietud con respecto a la calidad del crédito ha dado lugar a fuertes correcciones de precios en varios mercados de activos. En realidad, estamos asistiendo a un test de los nuevos mercados e instrumentos que no habían sido evaluados en condiciones menos flexibles. No obstante, los efectos secundarios en otros mercados, como los bursátiles y cambiarios, han sido manejables, gracias a los sólidos fundamentos económicos no solo en los mercados más desarrollados, sino también en las economías emergentes. Y, si el pasado puede servir de guía, incluso cuando los shocks en una región tienen efectos secundarios en otros mercados, estos efectos suelen ser pasajeros y a veces incluso constituyen la llamada de atención que necesitan los inversores que podrían estar subestimando los riesgos.
Los mercados de derivados pueden contribuir considerablemente a la gestión y diversificación de riesgos. Muchos países de América Latina no tienen mercados de derivados y, en otros, la poca profundidad y la concentración frecuente de posiciones agravan el riesgo de una fuerte corrección. Así mismo, el fortalecimiento de los marcos jurídicos y regulatorios, así como la mejora de las normas contables y las relativas a la provisión de información, pueden aumentar la confianza de los inversionistas y las instituciones financieras que utilizan los derivados. Por ejemplo, Brasil tiene los mercados de derivados más importantes de América Latina, y es posible que su éxito se deba en parte a la transparencia y a la administración eficaz de este mercado.
Entre las economías emergentes y las de mercados maduros, Brasil es la única que ha establecido la obligación de informar sobre los mercados extrabursátiles de derivados. Por lo tanto, la información que está a disposición de los supervisores es más amplia que en otros mercados. La experiencia de Brasil muestra que la declaración de datos y la transparencia no son imposibles ni excesivamente costosas en los mercados de derivados.
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